El faraón de Egipto tenía un poder absoluto, concentraba todos los poderes: dictaba leyes, gobernaba el país, era dueño de casi todas las tierras, controlaba el comercio y mandaba sobre el ejército. Era considerado un dios para sus súbditos, había que arrodillarse a su paso y no podían mirarle a la cara directamente.
Aunque casi siempre fueron hombres, también hubo mujeres que se convirtieron en faraón: Hatshepsut es de la que se disponen más datos y Nefertiti, esposa de Amenofis IV, cogobernó Egipto en igualdad con él. Cuando un faraón moría, le sucedía su hijo, estando el país gobernado por sucesivas dinastías de faraones, las llamadas “familias reales”. Hubo un total de 31 dinastías.
En la izquierda: Reina Hatshepsut.
En la derecha: Reina Nefertiti.
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En Egipto la mujer también estaba sometida a la autoridad de su marido, sin embargo, se cree que fue una de las civilizaciones antiguas que mejor trato dio a las mujeres, teniendo una situación legal de igualdad, aunque no se reflejaba siempre en la realidad social.
La mujer egipcia podía tener propiedades, comprar y vender libremente. Tenía reservados algunos trabajos en exclusiva, sobre todo los relacionados con el ámbito doméstico y algunas tareas agrícolas como la recolección o el esquilado de las ovejas, ya que se consideraba indigno que el hombre las realizara.
El marido seguía siendo el cabeza de familia, pero la costumbre era que la mujer fuera “la dueña de la casa” y el marido no debía interferir en asuntos domésticos.
Las mujeres nobles tenían títulos hereditarios igual que los hombres. Las mujeres con una posición más alta eran: la mujer oficial (podía tener varias esposas) y la madre del faraón.
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